Opinión

Velen y estén preparados; Eugenio Lira Rugarcía, Obispo de Matamoros

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Velen y estén preparados  (cf. Mt  24,37-44)

I Domingo de Adviento, ciclo A

A todos nos gusta sentir que avanzamos. Que vamos siendo cada vez mejores personas, mejores esposos, mejores papás, mejores hijos, mejores hermanos, mejores cristianos, mejores ciudadanos y los mejores en lo que hacemos. Y Dios, que nos ha creado y nos ama, nos ayuda regalándonos un nuevo año litúrgico para que, acompañando a Jesús en los momentos más importantes de su vida terrena, experimentemos su amor que nos salva y aprendamos de él a dejarnos guiar por el Espíritu Santo, que es el Amor, para alcanzar el verdadero éxito: vivir como hijos suyos.

Precisamente hoy iniciamos  este camino con el Adviento, que significa “llegada”, porque nos prepara a celebrar el nacimiento de Jesús, el Salvador que viene cada día a echarnos la mano a través de su Palabra, de la Eucaristía, de la Liturgia, de la oración y del prójimo, y que volverá al final de los tiempos para llevarnos al Padre, en quien seremos felices por siempre[1].

Esta certeza, como dice el Papa, nos hace mirar al futuro con confianza[2]. Nos despierta del egoísmo que nos atrapa en un presente desenfrenado y sin futuro[3], y abre nuestros ojos a Dios para que, como dice san Gregorio, observando en nuestra conducta aquello que creemos[4], avancemos hacia la meta, permaneciendo atentos a Dios y a sus mensajes y regalos, y manteniéndonos atentos al prójimo y sus necesidades.

¿Lo hago? ¿Descubro las maravillas que Dios hace en la historia y en mi vida? ¿Dejo que me eche la mano para mejorar y salir adelante, amando y haciendo el bien? ¿Estoy atento a mi familia, a mis vecinos, a mis compañeros y a los que me rodean, especialmente a los más necesitados? ¿Hago algo para que su vida sea mejor?

¡Despertemos! Porque como advierte san Agustín refiriéndose al retorno de Jesús: “aquel día encontrará desprevenido a todo aquel a quien el último día de su vida le haya encontrado desprevenido”[5]. “Pues la vida es tan corta –dice Calderón de la Barca– … y… ha de devolverse a su dueño, / atrevámonos a todo” [6]. Atrevámonos a vivir como hijos de Dios, ayudándonos unos a otros a estar preparados para el encuentro definitivo con él[7].


[1] Cf. 1ª  Lectura: Is 2,1-5.

[2] Cf. Ángelus, 1 de diciembre 2019.

[3] Cf. 2ª Lectura: Rm 13,11-14.

[4] Cf. Homiliae in Evangelia, 13.

[5] Epístola 80.

[6] La Vida es sueño, Jornada Tercera, 170-185.

[7] Cf. Sal 121.

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