Netflix ha anunciado hoy que habrá tercera y cuarta temporada de «Emily in Paris», la serie romántica que protagoniza Lily Collins y que produce y dirige Darren Star, guionista de «Sexo en Nueva York» o «Sensación de vivir».
El anuncio se produce recién estrenada, el pasado 22 de diciembre, la segunda temporada en la que Emily (Collins), una ejecutiva de marketing de Chicago enviada a París, ya está más asentada y se desenvuelve cada vez mejor en la ciudad.
La serie, la más vista en Netflix en 2020, gira en torno a cómo hace malabares para ganarse a sus compañeros de trabajo, hacer amigos y navegar entre romances.
El icónico intérprete de Voldemort, Ralph Fiennes, ha lanzado una peculiar advertencia al actor que heredará el papel del temible mago oscuro en la próxima serie de HBO. Durante la promoción de su nueva película Exterminio: La Evolución, el actor británico reveló a Entertainment Tonight los secretos menos conocidos de su interpretación: «Practica caminar con túnicas largas para no tropezar, y prepárate para lidiar con medias de liguero», confesó entre risas, recordando cómo sus prendas íntimas se convertían en motivo de bromas con el equipo durante el rodaje de Harry Potter.
Fiennes, quien dio vida al villano más memorable de la saga entre 2005 y 2011, estableció un estándar difícil de superar con su interpretación cargada de intensidad teatral y movimientos felinos. Su consejo, aunque humorístico, esconde una verdad fundamental: encarnar al Señor Tenebroso requiere dominio físico tanto como actoral. «Levantaba mi túnica para mostrar el liguero a los dobles de acción», bromeó el actor, demostrando que incluso los papeles más siniestros pueden tener momentos de comedia tras bambalinas.
La nueva adaptación de HBO, programada para 2026, promete reinventar el universo mágico con un elenco renovado y talentos como John Lithgow como Dumbledore y Paapa Essiedu como Snape. Sin embargo, el actor que interpretará a Voldemort sigue siendo un misterio tan bien guardado como los horrocruxes. Los fans especulan sobre quién podría igualar la mezcla de elegancia y terror que Fiennes imprimió al personaje, especialmente cuando el propio actor admite que disfrutaba «molestar» al equipo con su vestuario.
A sus 62 años, Fiennes demuestra que su legado va más allá del mundo mágico. Desde su aclamado papel en Cónclave hasta su regreso al cine de terror en Exterminio: La Evolución, el actor sigue siendo una fuerza creativa imparable. Su capacidad para equilibrar intensidad dramática con un humor irreverente —como cuando compara su vestuario de Voldemort con «un cabaret oscuro»— confirma por qué sigue siendo uno de los intérpretes más versátiles de su generación.
Mientras HBO prepara su ambiciosa adaptación, el fantasma de Fiennes como Voldemort planea sobre la producción. Su advertencia final resume el desafío: «Interpretar al Señor Oscuro duele… literalmente, si tropiezas con esas túnicas». Una lección que el próximo actor haría bien en recordar, junto con otro consejo no dicho pero implícito: nadie olvida al primer Voldemort, pero siempre hay espacio para una nueva leyenda tenebrosa.
Se cumplen cinco décadas del estreno de Tiburón, la película que no solo revolucionó el cine de terror sino que instaló un miedo colectivo al océano. Aunque la trama del filme de Steven Spielberg es ficticia, guarda sorprendentes paralelos con los ataques reales que enlutaron las costas de Nueva Jersey en 1916. Durante doce días de julio de ese año, cinco personas fueron atacadas por un tiburón —solo una sobrevivió— en incidentes escalofriantemente similares a los de la película, incluyendo la negativa inicial de las autoridades a reconocer el peligro para no afectar el turismo local.
El guion de Tiburón también incorporó una historia verídica aún más macabra: el hundimiento del USS Indianapolis en 1945, considerado el peor ataque de tiburones registrado. De los 1,196 marineros a bordo, solo 316 sobrevivieron después de días a la deriva, acosados por tiburones en aguas filipinas. Este episodio, recreado en el icónico monólogo de Quint, contrasta con la ficción de Amity Island, el escenario inventado por Peter Benchley en su novela que Spielberg trasladó a Martha’s Vineyard, Massachusetts, donde el filme se convirtió en leyenda y hoy es sitio de peregrinaje para fans.
A pesar del terror que sembró, Tiburón distorsionó la percepción pública sobre estos depredadores. Estadísticas del International Shark Attack File revelan que los encuentros mortales con tiburones blancos son excepcionales: apenas 59 muertes registradas desde 1580. En 2024, los ataques no provocados a nivel global bajaron a 47 casos, demostrando que el verdadero impacto del filme fue psicológico, no ecológico. Spielberg y Benchley, sin embargo, nunca pretendieron demonizar a los escualos; de hecho, el escritor se convirtió luego en activista por su conservación.
Para celebrar su aniversario, Martha’s Vineyard prepara proyecciones al aire libre acompañadas de la banda sonora interpretada en vivo por la Cape Symphony, mientras National Geographic estrenará Jaws @ 50: The Definitive Inside Story, un documental con material inédito y testimonios del caótico rodaje que casi hunde al equipo —nunca mejor dicho—. La cinta, disponible desde el 11 de julio en Disney+, promete revelar cómo una producción plagada de problemas técnicos (como el tiburón mecánico que nunca funcionaba) se transformó en un fenómeno cultural.
Medio siglo después, Tiburón sigue siendo un referente no solo por sus innovaciones cinematográficas —como el uso de steadycam en el agua o la partitura de John Williams—, sino por su habilidad para convertir hechos reales en una ficción atemporal. Su legado perdura: generaciones enteras aún piensan dos veces antes de entrar al mar, prueba del poder del cine para alterar nuestra relación con la naturaleza. Y aunque los datos digan lo contrario, esa música de dos notas basta para acelerar el pulso como si el peligro estuviera realmente ahí, acechando en las profundidades.
Un avance tecnológico sin precedentes está transformando la vida de personas con discapacidades motoras severas. Rob Greiner, un hombre que quedó paralizado del cuello hacia abajo tras un accidente de tránsito, se ha convertido en el cuarto paciente en probar con éxito el implante cerebral de Neuralink, la compañía de Elon Musk. En menos de una semana después de la cirugía, Greiner logró controlar una computadora y jugar videojuegos utilizando únicamente sus pensamientos, un hito que compartió emocionado en sus redes sociales. «Es increíble lo que ya puedo hacer», escribió el exentrenador de perros, quien no requiere de tecnología adicional como seguimiento ocular para interactuar con dispositivos digitales.
El revolucionario dispositivo, llamado «Link», consiste en un pequeño implante circular que se coloca en el cráneo y se conecta al cerebro mediante hilos más delgados que un cabello humano. Estos filamentos contienen electrodos capaces de registrar la actividad neuronal y traducirla en comandos digitales, que se transmiten de forma inalámbrica vía Bluetooth. Gracias a algoritmos de inteligencia artificial, el sistema interpreta las señales cerebrales en tiempo real, permitiendo a los usuarios controlar dispositivos externos con solo pensarlo. Aunque todavía está en fase experimental, la tecnología promete devolver autonomía a personas con parálisis para realizar tareas cotidianas que antes les eran imposibles.
Neuralink no se limita a esta innovación. La compañía ya trabaja en un dispositivo visual que, según Musk, podría expandir las capacidades humanas más allá de los límites naturales. El proyecto busca permitir a los usuarios percibir longitudes de onda invisibles, como la luz infrarroja o ultravioleta, lo que el empresario ha descrito como otorgar «superpoderes» a las personas. Sin embargo, estas ambiciosas ideas han generado tanto entusiasmo como escepticismo en la comunidad científica y el público general, planteando cuestiones éticas sobre los límites de la integración entre humanos y máquinas.
El caso de Greiner marca un hito importante en el desarrollo de interfaces cerebro-computadora, demostrando el potencial de esta tecnología para mejorar la calidad de vida de personas con discapacidades. A medida que Neuralink continúa sus investigaciones, el mundo observa con asombro cómo la ficción científica se convierte en realidad. No obstante, expertos advierten que estos avances deben acompañarse de regulaciones claras que garanticen la seguridad y privacidad de los usuarios, especialmente cuando se trata de manipular las funciones cerebrales.
Mientras tanto, Greiner y otros pacientes pioneros continúan probando los límites de esta tecnología, abriendo nuevas posibilidades para la medicina y la interacción humano-máquina. Su experiencia no solo representa esperanza para millones de personas con movilidad reducida, sino que también plantea fascinantes interrogantes sobre el futuro de la evolución humana en la era digital. Con cada nuevo avance, la línea entre biología y tecnología se vuelve más difusa, prometiendo un futuro donde las limitaciones físicas podrían ser cosa del pasado.