¿Qué quieres que haga por ti? (cf. Mc 10, 46-52)
XXX Domingo Ordinario, ciclo B
Fabiola, una mujer rica de Roma, no veía más que lo inmediato. Por eso estaba estancada y fuera del camino, conformándose solo con lo que esta vida temporal puede dar. Pero al morir su segundo esposo, se dio cuenta que necesitaba algo más. Y Jesús le echó la mano para que pudiera encontrarse con él a través de su Iglesia. Entonces, al igual que hizo con Bartimeo, le preguntó en lo más profundo de su corazón: “¿Qué quieres que haga por ti?”.
Hoy también Jesús nos llama a encontrarnos con él a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y de las personas. Él, que ha venido para congregarnos, consolarnos y guiarnos[1]. ¡Hace tanto por nosotros[2]! Encarnándose y amando hasta dar la vida, interviene en favor nuestro ante Dios[3], liberándonos del pecado y haciendo resplandecer la vida[4].
Por eso nos pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Se interesa por nosotros y nos escucha, como hizo con Bartimeo, que le dijo: “Maestro, que pueda ver”. Y es que, como explica san Beda: “Nada podía querer más el ciego que ver, porque tuviera lo que tuviera, no podía verlo”[5].
Comprendiéndolo, digámosle a Jesús: “Maestro, que pueda ver”. Solo así saldremos del estancamiento en que estamos en nuestra vida personal, matrimonial, familiar y social, sobreviviendo de pequeñas cosas que no llenan. Y si se lo pedimos creyendo en él, Jesús podrá decirnos: “Tu fe te ha salvado”.
Entonces, como Bartimeo, veremos lo mucho que valemos, a pesar de nuestras limitaciones y caídas; veremos la grandeza del matrimonio y de la familia, a pesar de los pleitos y de las crisis; veremos la maravilla de vivir en sociedad, a pesar de los problemas; veremos la vitalidad de Iglesia, a pesar de los errores humanos; veremos lo que los demás quieren de nosotros, para echarles la mano, como Jesús ha hecho con nosotros, ejerciendo, como dice el Papa: “el apostolado del oído: escuchar, antes de hablar” [6].
Así lo hizo santa Fabiola, que después de inscribirse en el orden de los penitentes y de recibir la comunión, escuchando a la gente para ver qué necesitaba, destinó sus bienes a los pobres, y, como señala san Jerónimo: “Fue la primera que fundó un hospital… cargó sobre sus hombros a enfermos… lavó las llagas, que otros ni se hubieran atrevido a mirar… Roma quedaba pequeña para su misericordia”[7].
Como Bartimeo y santa Fabiola, sigamos por el camino a Jesús, iluminados por el Espíritu Santo, escuchándonos y echándonos la mano unos a otros para salir adelante, hasta llegar a Dios, en quien seremos felicísimos por siempre.
[1] Cf. 1ª Lectura: Jr 31, 7-9.
[2] Cf. Sal 125.
[3] Cf. 2ª Lectura: Hb 5, 1-6.
[4] Cf. Aclamación: 2 Tim 1,10.
[5] Catena Aurea, 7046.
[6] Carta 77, 3-5.
[7] Homilía en la clausura del Sínodo, 28 de octubre 2018.